martes, 30 de marzo de 2010

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Creación del agua

Creados los cielos, Ometecuhtli se solazo con su obra, encontrándola digna de su poder. Pero aquéllo estaba desierto, sin dioses, todo estaba en calma, en suspenso, todo inútil y callado, vacía la extensión.

Ometecuhtli, sentado al lado de su compañera Omecihuatl, pensativo contemplaba aquel vacío que existía abajo del Ilhuicatl Tlalocatipan Meztli, aquel cielo más abajo, el último que era solamente un mar de nubes...Y bajo ese cielo azul, muy azul, se extendía un mar de serenidad y soledad, sólo una nebulosa sin algo que se moviera o agitara, sólo el vacío.

Ometecuhtli, ensimismado en sus pensamientos, completamente inmóvil, vuelve a mirar el vacío. ¡Qué gran silencio! ¡Qué impenetrable oscuridad! Siente por ello que su obra no es perfecta, porque los cielos que él ha creado necesitan complemento. Él, que ha creado la belleza de la luz y la belleza de la sobra, que ha creado los trece cielos de sorprendente maravilla, debe completar su obra, necesita actuar para que surja la incubación de los siglos en
esa materia gaseosa que flota en la inmensidad, pero era necesario que a su conjuro, esa nebulosa se transformara en elemento líquido, inagotable, sorprendente.

Todo un mundo de minucias y maravillas brota al mandato del Creador.

Aquello era un prodigio, una inmensidad desierta de impresionante soledad, un fenómeno asombroso que imponía. Bajo los cielos esplendentes, se fue extendiendo un nuevo mundo, una nueva creación.

Y ese mar tenía destellos misteriosos y movimientos ondulantes.

¡Era el agua! ¡El agua!, un mundo de milagro, un mundo inquietante.

Aquello era una belleza insondable, era una extensión llena de abismos, era una hondura de bruma.

A veces parecía temblar, a veces parecía vibrar.

Los dioses, al ver aquel mundo extraño, se reunieron en torno de sus padres.

Sorprendidos, observaban el espacio negro y frío, extendido ante el infinito.

Era agua rígida y solitaria, era agua espesa, azogada, era como una lámina bruñida de color gris pálido, era un mundo inmenso,que no gemía, que no gritaba, un inmenso mundo dormido.

Los dioses no pudieron comprender por qué existía esa quietud de sopor indolente que no se rompía ni se disipaba. ¿Cuál iba a ser la misión de este mundo sin vaivenes, que era como un tapiz extendido en la inmensidad?

Silenciosos observaban la nueva creación de sus padres. ¿Qué mundo era ése sin ruidos, sin ansias, sin anhelos? Sólo había un letárgico azul del cielo.

¿Qué fin perseguían sus padres al crear esa inmensidad que llenaba el vacío, y que sólo era una inmensidad quieta, sin rumbos? Agua eterna, amarga, que bajo la bóveda azul se extendía sin confines y horizontes.

Pero el señor y la señora de la Dualidad, los dioses creadores, estaban callados, satisfechos.

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