martes, 30 de marzo de 2010

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Creación de la Tierra

Los dioses no se cansaban de admirar ese mundo líquido, sin oscilaciones, sin movimientos.

Pero los grandes dioses, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, pensaron que ese nuevo mundo recién creado debía ser habitado.

Y para ello hicieron bajar del cielo a la señora Tlacihuatl, señora de la tierra, y Tlaltecuhtli, señor de la tierra, sería su compañero.

Era un monstruo grandioso, lleno de ojos y bocas en todas sus coyunturas.

En cada articulación de sus miembros tenía una boca, y con sus bocas mordía, cual muerden las bestias.
El mundo está lleno de agua.
Por el agua iba y venía el gran monstruo de la Tierra.

Cuando los dioses lo vieron, uno a otro se dijeron:
 Es necesario dar a la Tierra su forma.

Entonces se transformaron en dos enormes serpientes. La primera asió al gran monstruo de la Tierra, desde su mano derecha hasta su pie izquierdo, en tanto que la otra serpiente en la que el otro dios se había mudado, lo tomaba desde su mano izquierda hasta su pie derecho.

Una vez que la han enlazado, la aprietan, la estrujan, la oprimen, con tal empuje y violencia, que al fin en dos partes se rompe.

Bajan la parte superior y de ella forman a Tierra.

Los dioses veían y se llenaban de vergüenza al pensar que ellos mismos nada semejante habían podido hacer.

Entonces, para resarcir a la Señora Tierra del daño enorme que los dioses le había hecho, bajaron todos los demás a consolarla y a ofrecerle dones.

En recompensa, hicieron que de sus carnes saliera cuanto el hombre necesita para sustentarse y vivir sobre el mundo. Hicieron que sus cabellos se mudaran en hierbas, árboles y flores.

Su piel quedó convertida en la grama de los prados y en las flores que la esmaltan. Sus ojos se transformaron en cuevas pequeñas, en pozos y fuentes.

Su boca, en cuevas enormes, su nariz en montes y valles.

Ometecuhtli y Omecihuatl, desde sus tronos observaron la actuación de sus dos hijos.

Ambos se sentían satisfechos, halagados. No en balde les habían ungido con el don de la creación.

Allí estaba su esencia. Su obra. Y su voz se dejó escuchar:
 Antes sólo había gas, no había tierra, ni piedras ni vegetales.

“En la primera nebulosa creada gravitaba el misterio.

Cuando las ondas de ese mar de agua se sucedían y desaparecían, iban surgiendo las milenarias edades. ¡Sólo había tristeza! En esa nebulosa, transformada en agua, no había hombres, peces, pájaros, cangrejos, árboles, flores, piedras, cuevas, barrancas, hierbas y bosques.

Pero todo había pasado. La oscuridad de los tiempos se había aclarado y ya amanecía.

La creación de la Tierra fue como si la neblina se rasgara, como si por siempre desaparecieran las tinieblas.

¡La Tierra había surgido! ¡Había surgido!

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