Oxomo iba caminando por los extensos campos del Omeyocan, e iba pensando que todo lo que le rodeaba era hermoso, lo delicado de las nubes, el frescor del aire que respiraba, y ella, embargada de dicha, se sentía hermosa, se sentía delicada.
De pronto las nubes se estremecieron, era Cipactli.
Oxomo apareció ante sus ojos y quedó sorprendido, luego le preguntó:
– ¿Quién eres?
– La mujer, tu compañera.
– ¡Mujer, qué hermosa eres! Tu belleza es etérea y casi transparente, y en el interior de tu alma arde una llama. Este es el milagro de la creación.
– Yo soy la fuente en la que puedes calmar todas tus angustias y endulzar todos tus dolores.
– En tu cuerpo se reflejan todos los reflejos del fuego.
– Dame la mano.
– Aquí la tienes.
Y los dos caminaron. Los dioses, expectantes, los contemplaron.
Cipactli parecía no salir de un sueño.
– ¡Qué hermosa eres, primera mujer del mundo! Me siento atraído a ti, te comprendo, y sin embargo es difícil expresar el sentimiento que experimento por ti. Ya te esperaba antes de conocer tu existencia, te quise antes de conocerte, te presentía y te necesitaba sin saber nada de tu existencia, con qué ansia te anhelaba. Los dioses concibieron mi sueño y te hicieron bella, aunque aún no puedo comprender por qué los dioses te hicieron distinta de mí, yo soy el día y tú la noche. Tú como yo, somos su esencia, y si yo soy la fuerza y la rudeza, tú en cambio eres la forma, lo concreto, lo real, la armonía. Los dioses plasmaron en ti la gracia de la línea, toda tú eres perfecta; tu cabello posee el misterio de las azuladas transparencias de las sombras, tus ojos irradian luz, tu boca es suave, tú eres la obra perfecta, eres la gracia divina.
– Escuchandote he sentido que el infinito se estremece y que el aire sofoca. Qué extraña sensación me invade, es como si un calor suave se hubiese introducido a través de mi piel.
– Yo te amo, te amo.
– Inmortal es el milagro del amor. ¡Soy feliz! ¡Muy feliz! ¡Es hermoso todo lo que existe en el Omeyocan!
– Oxomo, el color rosado de tu tez es más hermoso que el rosado de las nubes.
– Tus palabras son como rumores.
– ¡Tú no eres una criatura de este mundo! Tú serás el centro de la materia!
Tú darás soplo a la creación. Tú eres idea y armonía, gracia divina.
– Oxomo, yo era el único habitante de este vasto mundo, y me sentía desolado, porque deseaba compartir mi felicidad con algún ser. ¡Los dioses comprendieron mi angustia! Ahora ya tengo compañera. Ya tengo con quien conversar y reír, ya tengo a quien querer y por quién luchar. ¡Hay que dar gracias a los dioses!
Y los cuatro hijos de la pareja divina, los dioses, dialogaban:
– Lo que hemos hecho es maravilloso, porque maravilla y milagro de dioses es que hayamos hecho surgir el amor que unirá a dos criaturas, porque en el espacio de la nueva vida, ese milagro que se llama amor ha fundido la ternura de él con la nueva y luminosa dulzura de ella.
– Para nosotros, el mundo, con su forma y sus luces, ha cambiado de aspecto, de movimiento, de color, de esencia, de todo.
– ¡Es el poder del amor!
– ¡Porque el amor es el afecto por el cual el alma busca el bien. Es el lazo que atrae a uno hacia el otro. Es blandura, es suavidad, es pureza.
– ¡Amor, es como fuego que calienta y quema!
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