lunes, 15 de febrero de 2010

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Oxomo

Cipactli, el semidiós del Omeyocan, iba y venía por los caminos azules.
Los dioses lo observaban.

¡Era hermosa su figura! ¡Era ágil su andar! Y el movimiento de sus manos, gracioso.

Cipactli estaba silencioso, Cipactli no hablaba ¿Con quién podría hacerlo?

Cipactli estaba solo.

Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, sus creadores, guardaban silencio. ¿Sería conveniente que viviera solo como el dios Viejo?. Porque el dios viejo jamás tendría una compañera.

Tezcatlipoca y Camaxtle externaron su opinión: – Nosotros tenemos padre y madre, el Señor y la Señora dos, – el dios dual – nos crearon, los cuatro constituimos sus hijos verdaderos, los dioses principales. Luego, no es justo que destinemos a la soledad al primer hombre, un semidiós. Hay que darle compañera.

– Pero nuestros padres temen que el nuevo ser, egoístamente olvide su condición humilde de semidiós, forjado de materia y no de esencia divina; ellos temen que, ensoberbecido por los dones que se le han dado, se olvide de darnos reverencia – aseguró Camaxtle.

Pero Quetzalcóatl, el siempre bondadoso dios externó su pensamiento haciendo hincapié en que ese primer hombre tenía esencia divina, y que no era justo que se le condenara cuando aún no actuaba, puesto que apenas empezaba a respirar.

Y Huitzilopochtli, de acuerdo con su hermano blanco, aseguró que el hombre criado por ellos no podría vivir aislado del mundo, porque si se encontraba separado de éste, nunca podría utilizar sus poderes humanos; por lo tanto, por naturaleza tendría que buscar la compañera, el ser afín a él, en la que volcaría sus sentimientos.

Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, convencidos de tales razonamientos, volvieron al taller sagrado, al Tlacapillacihualóyan y se dieron a la tarea de crear a la compañera de Cipactli.

Los dos volvieron a dar vida a la materia, y perplejos quedaron cuando empezaron a formar e nuevo ser.

¿Era necesario que fuera igual a Cipactli? ¿Debería tener los mismos atributos que él?
Huitzilopochtli pensaba que debía ser igual al primer varón, con los mismos dones; en cambio Quetzalcóatl deseaba que fuera diferente, más delicada, más hermosa, más perfecta.

Luego, los dos, después de construido el armazón duro que sería cubierto de materia suave, llegaron al acuerdo de eran necesarias diferencias, contrastes, aptos para romper la monotonía de los dos seres.

Por lo que los dos dioses creadores, fueron forjando a la compañera de Cipactli, y cuando la vieron terminada, ambos quedaron satisfechos.

La silueta del nuevo ser era armoniosa, de piel tersa, de cabello suave.
Sus pupilas tenían más luz y sus labios carnosos sabían sonreír. Toda ella era perfecta, rítmica.
Los dioses, alborozados, llamaron al instante a sus padres y hermanos. ¡Cipactli ya tenía compañera!

No tardaron en llegar taller sagrado, el señor Ometecuhtli y la señora Omecihuatl, así como el dios Tezcatlipoca y su hermano Camaxtle, quienes quedaron complacidos con el nuevo ser creado. Después de observar su figura y sus cadenciosos movimientos, el dios Supremo Creador hablo:

–¡El nuevo ser sabrá dar lo vivo que hay en ella, la alegría, la comprensión, el conocimiento, la tristeza! ¡Ella llegará a saber que el amor es poder que genera amor y que es más grato dar que recibir!

Y la señora Omecihuatl, la señora dos, aseguró: --¡Ella vivirá con plenitud de sus ansias interiores, sus afanes espirituales, y lo hará con bondad y alegría!. ¡Será fuerte ante el sufrimiento y la pena, ,tendrá equilibrio en la acción, en el pensamiento y en la emoción y, sobre todas las cosas, será bondadosa y creadora!

Los dioses guardaron silencio. Por la posesión de la partícula divina, ese nuevo ser sería comprensivo, sería expresivo, sería diáfano su sentido del amor, ella sería refugio, ayuda y estimulo.

En la compañera del hombre se habían aiado alma y cuerpo y la llamaron Oxomo, la noche.

Y halagados con la obra perfecta de los dioses, con delicadeza la fueron a colocar en el Omeyocan, cerca, muy cerca de Cipactli.

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