Los cuatro hijos de la pareja divina, el dios negro, el rojo, el blanco y el azul, los señores de los cuatro rumbos del espacio, del Norte, el Este, el Oeste y el Sur, los “cuatro factores dinámicos que se entrelazan y se implica por el acaecer cósmico”; se sentían satisfechos, muy satisfechos con la creación esplendente del fuego.
Creado el dios Huehuetecuhtli el señor viejo los dioses comisionados, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, se reunieron otra vez en el sagrado Tlacapillacihualóyan, y los dos, de acuerdo, pensaron en crear un sol, un sol que rasgara las oscuras neblinas del Omeyocan, ya que el fuego solo iluminaba una mínima porción de la extensa región de los dioses.
Huitzilopochtli, convencido de esa necesidad, tomó un poco del fuego que ardía en el brasero colocado sobre la cabeza del dios Tota y formó con él un medio sol.
Quetzalcóatl, que le observaba, le hizo saber que el fuego sin el soplo divino no sería nunca un sol.
Huitzilopochtli, al oír a su hermano, comprendió que había que amasar el fuego con sustancia, con esa esencia divina, pero ¿Qué dios sería capaz de tan grandioso mérito?
Y Quetzalcóatl, que adivinó su pensamiento, le dijo:
Yo seré ese dios. Tomad el fuego, yo daré parte de mi esencia y mi sustancia. Esa medio sol será la primer luz que brille en el cielo
Los dioses creadores tomaron entre sus manos un caudal de llamas del brasero divino, y con tal caudal de fulgurantes e inquietas llamas, formaron una bola de fuego. Y tras hacer eso, siguió el instante supremo del desdoblamiento, prometido por Quetzalcóatl, la serpiente preciosa.
Ese dios blanco, el dios de bondad y sabiduría, cerró los párpados y elevó el fervor de su corazón para que su esencia pudiera desprenderse de esa apoteosis de desdoblamiento de su augusta divinidad. Y su esencia era como una tenue nubecilla transparente que fue mezclándose con la materia encendida.
Y por fin surgió el prodigio. ¡Por fin surgió el milagro! De aquella mezcla portentosa surgió un medio sol. Un sol incompleto, pero que poseía en sí la sustancia y esencia del dios Quetzalcóatl y que surgió, hermoso e incomparable.
¡El destino del infinito sería ya un destino de luz! Aquel medio sol extinguiría la bruma.
Y el dios dual, Ometecuhtli y Omecihuatl, así como sus hijos Tezcatlipoca y Camaxtle, se sintieron satisfechos del sabio proceder de los dioses comisionados para que “ordenasen lo que habían de hacer, y la ley que debían de tener”.
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