domingo, 15 de noviembre de 2009

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Chantico diosa del fuego volcánico

La tierra recién creada seguía envuelta en neblinas. La señora Omecihuatl se sintió triste, por tal causa deseó solazarse en ese mundo recién creado.

Así que llamó a sus hijos, los creadores , para que pensaran y alumbraran la tierra, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl no tardaron en llegar a su lado.


- ¿Dónde está Camaxtle? ¿Dónde Tezcatlipoca?
Tu hijo Camaxtle - le dijo Quetzalcóatl - es un torbellino que siempre anda tras el jaguar, y por atravesarlo con sus flechas no tiene tiempo de mirar las flores que abren sus corolas, ni la maleza cuajada de rocío que tiembla al borde del camino, ni de escuchar el canto del gorrión.

Y la madre diosa, para disculpar a su hijo, aseguró que era joven y que su sangre vigorosa, sortilegio de bravura, le hacía correr tras el gamo que huía por la floresta o por la selva, y a ella le fascinaba verle atrapar y descubrir en sus redes de cazador a la garza que semejaba preciosa flor.

Después les pidió a sus hijos queridos que colocaran fuego en lo alto de las montañas, para que se rasgaran las tinieblas que envolvían la tierra.

Los dioses, solícitos, fueron a buscar a Huehueteotl, a quien pidieron que colocara lumbre en lo alto de las montañas, para satisfacer el deseo de la señora Ometecíhuatl, pero el dios se asombró ante tal petición, externando su temor de que la tierra pudiera incendiarse, porque su fuego era fuerza, una fuerza a veces buena y a veces destructora.

Los deseos de mi madre no son esos – aseguró el dios blanco -, ella no desea que se quemen los prados, ni que se marchiten las corolas. La diosa madre no quiere la destrucción de los nidos ni la muerte de los bosques, tampoco desea que se chamusquen las plumas de as aves canoras ni la pelambre del jaguar, sólo desea que surjan llamas en lo alto de ls montañas para que le permitan mirar la hermosura de la tierra.

El dios viejo comprendió, al fin, el anhelo de tan noble señora, por lo que sugirió la creación de una diosa de ojos refulgentes y cabellera como el humo que se encargara de llevar el fuego a la tierra.

Y el dios Quetzalcóatl, en compañía de su hermano Huitzilopochtli, forjó una hermosa y joven diosa que sería sabia y digna.

Toda ella seria roja, su cabello, su vestido, su sonrisa; su reino sería el fondo de las montañas, sería señora de la llama, del fulgor y del destello surgido de las entrañas de la tierra.

Cuando los dioses pudieron recrearse en la vista de la recién forjada diosa, el dios Huehueteotl , poniendo dulzura en la voz, la llamó Chantico, quien sería desde entonces diosa del Fuego Volcánico.
Después las manos temblorosas del dios del Fuego,le dieron la lumbre que encendería las cumbres de las altas montañas.

Chantico, con mano segura, aprisionó las brasas encendidas tomadas del brasero divino, y acariciando con su delicada mano la frente arrugada del viejo dios, dejó para siempre el Teotlauhco.

Y bajó a la tierra y se internó en sus profundidades. Cuando la diosa desapareció por la boca de aquella montaña que semejaba una pirámide truncada, las nieblas de la tierra aún existían, pero aquella noche no tardó en producirse un colosal incendio sobre las montañas.

Las llamas empezaron a elevarse sobre la dimensión del reino de las brumas. ¡Ya había luz! ¡Las gigantescas llamas parecían sierpes de fuego! ¡El fuego volcánico habían brotado!

La diosa Omecihuatl, satisfecha, desde el Omeyocan contemplaba el grandioso espectáculo de las gigantescas teas surgidas de la faz de la tierra.

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