lunes, 19 de octubre de 2009

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Quetzalcóatl y Huitzilopochtli los creadores del fuego

Seiscientos años habían transcurrido desde el advenimiento de los dioses Tezcatlipoca, Camaxtle, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, al universo de Ometecuhtli, el dios dual, que junto con la señora Omecihuatl, sustancia de su sustancia, constituyeron la primera pareja creadora.

Durante esos largos años, los cuatro dioses hijos de la pareja divina, se sentían solos, aburridos, aislados.

Tezcatlipoca siempre en el Norte, Camaxtle por el Este, Quetzalcóatl por el Oeste y Huitzilopochtli por e Sur.

Cada quien en su reino, sin ecos, sin palabras. En la gran extensión del Omeyocan no existía nadie más, sólo sus padres y ellos.

Fue por eso que, en lapso de eternidad, los cuatro se reunieron a conferenciar acerca de lo que debían ordenar, y de las leyes que debían imponer a lo que “creasen”, y puestos de acuerdo, comisionaron a Quetzalcóatl y a Huitzilopochtli para proceder a la creación. Bajo esa responsabilidad, el dios de la sabiduría y de la belleza y el dios dela fuerza y de la destreza, se dirigieron a la mansión de sus padres.

El señor Ometecuhtli y la señora Omecihuatl tenían un lugar de misterio: el Tlacapillacihualóyan, el taller sagrado donde Ometecuhtli y Omecihuatl crearían la semilla de la vida.

Y hasta allí se dirigieron Quetzalcóatl y su hermano Huitzilopochtli. Era este lugar un punto en el infinito, formado de nebulosas azuladas allí era el lugar oculto de los dioses “dual”, en donde estaba guardada la influencia y el calor con que se engendrarían todas las cosas por crear.

Y después de mucho pensarlo y mucho discutirlo, los dos hermanos se dieron a a tarea maravillosa de crear el primer dios, un dios que fuera muy respetado, un dios primero al que llamaron Tota, nuestro padre por ser el primero en tener esencia divina y presidir la creación.

Y los dos hermanos creadores forjaron en el Tlacapillacihualóyan a Huehuetéotl, el dios antiguo, el dios viejo.

Para darle respeto y supremacía sobre los dioses que fueran creados después de él, lo forjaron con un brasero sobre la cabeza, porque en él debería alimentarse el fuego.

Y el dios estaba desnudo, como cansado de tanto existir.

Y al conjuro de los dioses, hijos de la pareja divina, del brasero existente sobre la cabeza del dios, se elevó algo maravilloso: el fuego.

Quetzalcóatl y su hermano Huitzilopochtli quedaron asombrados de su creación.

Allí estaba el milagro que ambos habían conseguido: la materia encendida, que sería brasa y llama, calor y luz.

Aquello causaría sorpresa a sus hermanos Tezcatlipoca y Camaxtle.

Allí estaba el fuego como dueño del tiempo, sería como padre y madre, pues al fuego sin mujer, se le llamaría también Ayamictlan, el que mira, el que nunca muere, el eterno, lo eterno de la materia.

Y a este noble señor se le consideraría por sus efectos, gran dios, porque la llama quema, enciende y abrasa, constituyendo un un surtidor luminoso y cálido en las neblinas del infinito.

Al acabar su obra, Quetzalcóatl quedó impresionado por el aspecto de antiguo del primer dios creado, principio supremo, quien desde el Omeyocan observaría la acción de los dioses.

Y ante su creación, allá en Tlacapillacihualóyan, el taller sagrado de Ometéotl, dualidad generadora, que está en pie por sí mismo, se sintieron satisfechos de su obra, la primera creación que se hacía después de que sus augustos padres les dieran la gracia divina.

Luego llamaron a sus hermanos, y los cuatro dioses reunidos, primeros dioses, fuerza y tensión sin reposo, dijeron:
­ Este dios primero es menos abstracto que los otros por venir.
Es un dios creado para la necesidad del amor y la protección.
Es el Tota, obra de bondad.
A este nuevo dios se le ofrecerá el primer bocado de cada alimento, y el primer sorbo de cada bebida.
Esa ofrenda le será vertida en el fuego, y tendrá honor.

Y los dioses creadores del Fuego, sonreían satisfechos.

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