lunes, 19 de octubre de 2009

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Los cuatro hijos piden un don a su padre

Los esposos divinos estaban sentados en el icpalli real.

Ometecuhtli y Ometecihuatl, origen de todas las cosas, dual masculino y femenino, serenamente pensaban en sus hijos.

Los cuatro seres, sustancia de sus sustancias, habían externado que se sentían solos, muy solos en esa inmensidad tan llena de luz, pero carente de ecos y de emotividad.

Pero la pareja divina aún no terminaba sus reflexiones, cuando ambos se vieron rodeados de sus queridos hijos.

Padre y madre les miraron con amor y ternura.

Los cuatro iban serios, silenciosos. Los cuatro parecían aburridos. El señor Ometecuhtli y la señora Ometecihuatl, deseando disipar esa melancolía, les propusieron que harían más extenso el Omeyocan para que pudieran recorrerlo, descubriendo sus hermosos secretos.

Mas Tezcatlipoca, que había guardado silencio, dejó oír su voz:
­ ¡Oh padre!, ¡oh madre! Tus hijos están ante un interrogante. ¿Acaso el don de la creación sólo a vosotros está reservado? ¿Ambos no han pensado que a nosotros nos molesta mucho carecer de tan especial facultad? Siendo hijos vuestros, tenemos negado el poder de crear.

Los dioses dual, aquellos que tenían su casa en lo más alto, se miraron sorprendidos. Nunca intuyeron que sus hijos se sintieran postergados ante el don de creación de sus progenitores.

Por un momento, ambos quedaron silenciosos, pensativos.

Las miradas de los cuatro hijos estaban fijas en ellos. Eran unas miradas ansiosas, desconcertantes, casi implorantes.

La señora Ometecihuatl habían escuchado con toda atención y se sentía compenetrada de la ambición que embargaba a sus hijos, considerándola justa.

Ellos eran esencia de su esencia, carne de su carne, ellos tenían el derecho de poseer los sagrados atributos de creadores.

Y fue la voz serena de Ometecuhtli la que rompió el silencio.
­ ¡Hijos míos, vuestra madre y yo hemos comprendido vuestros deseos! Como hijos nuestros es justo que tengan todos los atributos nuestros; por eso hemos decidido haceros partícipes de la gracia divina que pedís.
“Crear es sólo propio de dioses! ¡Crear es sacar algo de la nada, es una obra absoluta! Si vuestra obra de creación ha de ser perfecta, si puede superar a la de vuestros padres, podéis empezar, pero ya que os hemos concedido el don divino de la creación, deseamos que piensen en que cada ser creado por vosotros debe tener atributos de bondad, que es hacer el bien. ¡No debéis olvidar, hijos míos que así como nosotros hemos hecho del amor una religión, vosotros tenéis la obligación de nunca olvidar los atributos buenos de dioses clementes!

Y los cuatro dioses quedaron satisfechos.
Ahora sí se sentían verdaderos hijos de su `padre Ometecuhtli y de su madre Ometecihuatl.

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