domingo, 20 de septiembre de 2009

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - El dios busca compañera

El dios está solo, muy solo, sin quién le hable, sin quién oiga su voz, solo, sin compañía.

Todo lo que le rodea es hermoso.

La inmensidad azul, etérea y siempre desierta, horizontes interminables sin sombras, luz intensísima, atmosfera diáfana, pero una ilimitada inmensidad silenciosa.

Ometéotl, aún con su grandeza, está solo, muy solo.

Un día en que más le entristecía estar solo, un día lleno de tristeza, el dios Ometéotl se dijo:
“¡Me cansa la eternidad sin compañía! ¡Estoy a solas con mi palabra, con mi pensamiento, siempre solo! ¿Por qué no buscar compañía? ¿Por qué no desdoblarme, dividirme yo mismo, creando otra divinidad? Siendo sólo uno, seremos dos. Dos seres de igual sustancia, de idéntica fuerza y de ingénita divinidad”.
“Y por tal cosa también me llamaré Ometecuhtli, el señor dos, el dios dual, principio supremo”.

Cierra los párpados el Creador, el que todo lo abarca, y de su cuerpo se desprende una como nube impalpable.

Es de verse cómo de su propia sustancia emerge otro cuerpo. Otro cuerpo finamente modelado, de suave ademán y de rítmico andar.

Es la mujer, la diosa, la compañera del dios.

Ometecuhtli contempla su obra, todo en ella es gracia y forma, y en sus pupilas hay esplendores.

Ometecuhtli la llama acariciadoramente y todo el infinito se llena de rumores y ecos.

–Ometecihuatl te llamarás, la señora dos, la compañera con quien compartiré mis alegrías, mis pensamientos, mis palabras.

“Ya no estaré solo y pronto brotará el amor.

Y así fue el Génesis de todo lo por venir, en esa palabra de presagio estaba el portento de lo profético frente a lo arcano.

Ometecihuatl , la señora recién creada, le mira dulcemente:
–¡Señor y esposo mío, tu palabra es grata! Desde ahora soy tu compañera. ¿Qué puedo ofrecerte a ti, Señor? ¡Siendo una, seremos dos!

Y Ometecuhtli responde:
–¡Tú serás la luz que ilumine mi mente, la luz que ha de reflejarse en mi corazón! ¡En ti se alberga el secreto de lo eterno. Eres la mitad de mi ser, te he hecho para la paz, la poesía, la tranquilidad! ¡En ti residen todos los dones, pues eres floración que engalana el infinito!

Y Ometecihuatl dijo:
–¡Viviremos unidos y en amor, y seremos germen!

Ometecihtli al instante le contesta:
–Señora dual. Esposa, hermana, compañera, tu presencia rasga la bruma de mi soledad para que se manifieste mi alegría. Aquí en el Omeyocan, Lugar de la dualidad, habitaremos tú y yo; aquí en este recinto misterioso. Yo seré, señora mía, el principio activo generador y tú, el principio receptor pasivo, capaz de concebir. Yo seré el principio que ampare la reproducción de la vida y tú serás la paz pasiva de la realidad.

“El misterio de la dualidad ha sido creado. Ometecuhtli, yo, el Señor dos y tú, Ometecihuatl, la Señora dos, nos complementaremos mutuamente: seremos doble principio, seremos fuerza activa y fuerza pasiva, luz y sombra, fuerza comunicativa y fuerza receptiva, seremos acción y pasión. Y los dos uno, viviremos en el Omeyocan, morada de placer y riqueza, mundo solitario y gallardo como un mar de silencio.

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