domingo, 20 de septiembre de 2009

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - El Omeyocan lugar de dualidad

El dios Ometecuhtli y su esposa, la señora Omecihuatl, uno en dos, y dos en uno, habitaban en lo más alto de los cielos.

En aquel recinto misterioso, llamado Omeyocan, lugar de dualidad, la divina pareja, principio de todo, escondía su felicidad en ese lugar de delicias, paseando su serenidad bajo techo de enramadas.

El señor del Espacio y el Tiempo tenía allí encerrados los cuatro elementos básicos: tierra, aire, fuego y agua y por ello era un lugar de hálito henchido de flor y aroma.

En aquel paraíso existían árboles de sazonados frutos, nopales de frescas tunas, milpas en sazón, rosas aromáticas, cacao oloroso, porque aquel cielo era cielo de bastimentos.

Además, en el reino de los dioses creadores había aves de ricas plumas, campos de piedras preciosas, montañas de oro, lagos de plata, grutas de cristal de roca, bosques de jade y selvas de tecali y obsidiana.

Todo era bellísimo, porque allí habitaban los dadores de la Vida, corría “agua color de pájaro azul” y había “encierro de nubes”; y sobre todo, en el Omeyocan se generaba la fuerza de la generación, por lo que estaban sujetos a su voluntad: la lucha, la edad, los cataclismos, las evoluciones y la orientación espacial de los tiempos.

Allí los colores, símbolo mágico, lucían por doquier: el rojo, color de sangre, símbolo de Vida y Fuerza era dedicado al poniente; el negro, color de obsidiana, símbolo de muerte y astucia, pertenecía al norte; el blanco, color de pureza que constituía la inteligencia, correspondía al oriente; y el azul, color de los cielos, era símbolo de voluntad y del cardinal sur.

Todos los caminos de Omeyocan tenían color y marcaban el Destino de las cosas, porque allí solo vivían “la madre y el padre nuestro” “in Tonan in Tota”.

Pero si eran asombrosas las riquezas y bellezas del lugar sagrado “donde los aires eran fríos, delicados, helados” y de donde emanaba todo principio; la mansión del “in nelli téotl” del verdadero dios, poseía un tesoro mayor, poseía el “in xóchitl in cuicátl” –Flor y canto–, la esencia de la poesía, el arte y el simbolismo que en sí constituía la sagrada “neltiliztli”, la Verda, raíz de todas las cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores