domingo, 7 de marzo de 2010

El mundo mágico de los dioses del Anáhuac - Mictlantecuhtli, dios de la muerte

MICTLANTECUHTLI, DIOS DE LA MUERTE


Hermosa era la idea de luz, infinito y vida.

También era hermoso que en el Omeyocan sólo hubiera dioses que habitaran el reino de la luz, pero el dios Huitzilopochtli llegó a la conclusión de que era necesario que el reino de la sombra tuviese un dios, un dios monstruoso que causara temor.

Quetzalcóatl, su hermano, no estuvo conforme con su idea, por lo que le hizo saber que si la inmensidad azul era fluida y acogedora, el fuego reguero de luz, y la llama al elevarse una orgía de belleza y calor, luego, ¿por qué crear algo espantoso?

Y Huitzilopochtli le explicó que, para valorar la vida, había que conocer la muerte, así como no se podía amar la luz sin conocer la sombra; por eso, sólo por eso, había que crear al dios de la muerte.

Mas el dios blanco volvió a insistir, diciéndole a su hermano que, si Cipactli y Oxomo eran semidioses que tenían esencia divina ¿por qué destruirlos?


– Cipactli y Oxomo – dijo Huitzilopochtli – el día y la noche, son inmortales.

Pero Cipactli y Oxomo tendrán descendencia, y la descendencia de esa descendencia ya no será de semidioses, y por lo tanto, ellos no serán inmortales. Por eso hay que crear un reino de paz y silencio, en donde reine la oscuridad y las tinieblas y donde se albergue un dios y una diosa.

Y Quetzalcóatl, convencido, con los razonamientos de su hermano, aceptó la idea; sólo propuso que como el nuevo señor era muy importante, habría que recurrir a la ayuda de sus padres y hermanos.

Poco después Camaxtle iba en busca de los señores de la dualidad.

El Tlacapillacihualóyan, el taller divino, estaba solo cuando llegaron los dioses creadores.

Una neblina azulada y salpicada de puntitos centelleantes y luminosos lo invadía todo. En silencio, los cuatro esperaban la llegada del dios dador de la Vida, y poco después hacía su entrada tan omnipotente señor, acompañado de su esposa. La premura con que le habían llamado, le hizo suponer que el asunto por tratar era de importancia.

Así era, en efecto. Era necesario crear a los dioses de la sombra y el silencio.

De acuerdo padres e hijos, las manos creadoras, se movieron afanosamente, y poco después surgían dos terribles figuras, mismas que, al verlas, causaron sorpresa a los dioses.

Ometecuhtli y su compañera Omecihuatl, al instante hablaron:
¡He aquí al señor Mictlantecuhtli y a la señora Mictecacihuatl, señor y señora de la muerte!
¡He aquí a los nuevos dioses de la sombra!
¡He aquí a los señores que gobernarán la región del norte!
¡Mancebo ágil él, señora de fúnebre hermosura ella!

Y los nuevos dioses fueron vestidos con trajes negros y oscuros. Los dioses le colocaron a él, un casco con el símbolo de la muerte. A la señora la engalanaron con pulseras y brazaletes de azabache.

A la espalda de él, los dioses colocaron penachos luctuosos.

Y cuando terminaron, los dioses se recrearon con su obra. Allí estaban ante ellos, inmóviles, sin vida, los señores de la Muerte.

Pero los dioses de la dualidad, al instante, soplaron sobre ellos, y en esas cuencas vacías brotó una chispa, y en el lívido y casi verde color de su piel, pareció palpitar la vida.

Y esos seres espantosos empezaron a moverse, y a caminar, y llegaron ante los dioses de la Vida y sus cuatro hijos y contemplándolos con sus cavernosas pupilas violáceas, se postraron ante ellos en profunda salutación, y ambos hablaron:

¡Oh dioses! Yo soy el dueño de las distancias yermas y tristes. Mi territorio será inconmensurable.

“Mi reino será de eterno recuerdo e inmensa amargura, allí no habrá jamás ni ecos ni rumores, allí siempre se helarán las risas.

“Yo soy el señor de un mundo sin esperanzas y sin luz, donde tendrán albergue el misterio y la tristeza; soy el soberano de un mundo glacial en el que siempre habrá mucho frío y jamás llegará un rayo de luz. Soy el amo del silencio, el rey del olvido, el señor de los muertos.

Y la señora Mictecacihuatl prosiguió:
Nuestro reino será para todos, chicos y grandes, ricos y pobres, bellos y feos, buenos y malos. Todo lo creado vendrá a nosotros. Allí todo desaparecerá y reposará. Nuestro poder es omnipotente. ¿Quién puede lograr que una hora o un día sea alargado para evitar nuestra misión? ¡Nadie! Somos a quien nadie invita y siempre llegamos puntual. A quien nadie espera y siempre llegamos oportunamente.

“ Y como la esposa del señor Mictlantecuhtli, soy la señora de los espectros. En mi palacio reinará la noche con sus cendales de abismo, y el misterio palpitará allí con sus bellezas de silencio y las noches con sus atractivos de arcano...Yo, como mi esposo, digo: hoy se es y mañana no se existe. Y cuando fuere de mañana, se pasará a la noche. Existiendo nosotros se vivirá prevenido.

Y los dioses recién creados guardaron silencio. En el Tlacapillahualóyan ni un susurro se escuchaba.

Mas volvió a oírse la voz de Ometecuhtli:
Por este nuevo reino y estos nuevos dioses se reconocerá la gloria divina y vendrá el perfecto desprecio a lo superfluo, y el ardiente desea de aprovechar el bien, de amar a la virtud, al trabajo, a la obediencia y al renunciamiento de sí mismo. Por la creación de estos dioses muchas cosas buenas surgirán. De cuánto peligro ellos librarán, con cuán grave espanto los humanos vivirán. Pero el día vendrá en que la hora de estos dioses sea hora de alegría. Vendrán tiempos en que sabrá comprenderse que la muerte llega a todas partes cuando nadie la espera y lo abarca todo, y por virtud suya, la vida pasará como sombra rápida. Por ello, se debe pensar que se es peregrino y que hay que aguardar su presencia con el corazón libre y levantado, porque no existe cosa permanente.

Y el dios Dual calló, y los cuatro hijos de la pareja divina contemplaron pensativos a los nuevos dioses, y cuando en el taller divino el silencio se hacía compacto, la voz de Tezcatlipoca se escuchó:
Bien, han sido creados estos nuevos dioses, pero aún se me hacen poco fieros y espantosos. Todos los seres, ante su presencia, deben de sentir miedo y escalofríos. Ellos no son lo suficientemente horribles. ¿Por qué no les colocamos máscaras de cráneo y les damos ornamentos de huesos?

Los dioses creadores aceptaron y la idea y al instante adornaron a los dioses de la sombra con esos nuevos atributos, y cuando terminaron su obra, exclamaron:
¡Estos son Mictlantecuhtli y la señora Mictecacihuatl, los señores de la Muerte, que habitarán la casa oscura, la llamada Mictlán, la Mansión de los Muertos.

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