Una antigua escuela filosófica, sostenía que el origen de todas las cosas es un principio dual, masculino y femenino, que había engendrado a los dioses, al mundo y a los hombres.
Los hombres del Anáhuac llamaban In Nelli Téotl a un ser que para ellos era el verdadero Dios y que para ellos era el verdadero Dios y que en su traducción nos dice eso: el verdadero Dios.
Pero así como la religión hindú concibió su Dios Trino –Trimurti–, Brahma, Visnú y Siva; la católica –la Trinidad–, Padre, Hijo y Espíritu Santo; la náhuatle, la sorprendente cultura nahua, concibió al dios dual, hombre y mujer, llamándole a esa dualidad Omeyotl.
Así tenemos a Ometéotl, expresión de la divinidad en su forma dual –Dios de la dualidad–, dios uno en dos o dos en uno.
Los nahuas, al ver que todo en la naturaleza se reproduce en par, “creyeron lógico hacer para su primera divinidad y por eso llamaron a su Dios Omeyotl , Dualidad”, pero luego, a una persona de esa dualidad la llamaron Ometecuhtli –De los dos, el Señor–, esto es, el varón y a la segunda persona Omecihuatl –De los dos, la mujer–.
Así, Ometéotl era uno como la primera divinidad, y Ometecuhtli y Omecihuatl, cuando el ser uno acaba por ser dos, para poder producir todo lo creado.
Esta noción de dos la encontramos en casi todos los dioses del Anáhuac: así tenemos a Mictlantecuhtli y a su esposa Mictlancíhuatl, Señores de la muerte: Centeotl y Cinteotl, dioses del maíz, y Tlaltecuhtli y Tlalcihuatl, dioses de la tierra.
Al dios dual Ometecuhtli y Omecihuatl, lo pintaban en una sola figura, como se le mira en el Códice Vaticano, sentado en su icpalli real, con el rostro de color natural y las manos amarillas para expresar su dualidad, pues en los jeroglíficos se usa el color natural para representar a los hombres, y amarillo para las mujeres.
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